Vie. 18 Julio 2025 Actualizado 12:23 pm

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Este imperio que se desmorona, humano-capitalista como cultura conceptual, no está dispuesto a desaparecer sin dar batalla (Foto: El Cayapo)

El engendro humano, humanito, humanito

Cualquier guerra, la que sea, que hoy sufre la vida, no es individual: es la guerra dirigida y aprovechada por el imperio humano-capitalista en el planeta para mantener y acrecentar su riqueza.

El humanismo se vendió como la solución a todos los males que producía el oscurantismo religioso de la llamada Edad Media en Europa, devastada por las pestes, la guerra, la ignorancia, el hambre y el miedo, reunida en hordas de harapientos errantes, esqueletos, ripios de la guerra y el trabajo, que fueron usados por el humano-capitalismo para invadir el mundo en nombre de la real felicidad, la concreta, no la que promete el cielo después de la muerte. Sí, señoras y señores, el humanismo ofreció como su máxima demagogia el paraíso en la tierra y el zarrapastroso mambrú se fue a la guerra, regando con su sangre, y de los que conseguían en su camino, los luminosos campos del planeta, en donde se posicionaría el paraíso terrenal de los nuevos dueños, agrupados en la clase burguesa.

En adelante, plomo, patá y kunfú contra la vida en el planeta; de mosquito pa'rriba todo fue cacería, mientras las marquesinas siguen deslumbrando a los esclavos como antiguo las imágenes y las martingalas religiosas. El paraíso terrenal en la realidad se trocó en minas que poblaron como platillos voladores al mundo multiplicando a los esclavos y reduciendo a los dueños.

El arma fundamental que usaron las elites poderosas humano-capitalistas no solo fue la Remington como fusil y literatura, sino y fundamentalmente el tren y los migrantes forzados, que desde entonces en su relato nos los muestran como personas en búsqueda de la felicidad, mejores derroteros, cumplimiento de los sueños, mundos mejores, nuevos horizontes, siempre detrás de la esperanza, la ilusión y la quimera, utopía que solo existe en el relato que el capitalismo ha forjado para venderse como el brebaje que cura todos los males, el milagro de los milagros, El Dorado, aventuras a las Indias orientales, el sueño americano, la conquista del oeste.

En muy poco tiempo la imperial cultura humano-capitalista entró en decadencia. No es un territorio, una geografía, un clima, una patria, una nación, un país, un summum de potencias imperiales. Es simple y llanamente una cultura que resume la historia de todos los soberanos, los emperadores, sátrapas, dictadores, gobernantes, príncipes, democráticos, libertarios, igualitarios, fraternos, egoístas, individualistas o no; todos transmutados en humanos empresarios corporativos transnacionales, que bajo el principio de menor inversión/mayor ganancia y basados en las reglas de la oferta y la demanda, regidos exclusivamente por los vaivenes del mercado que siempre han de favorecerles, estos socios arropados en la superioridad, el exclusivismo, el excepcionalismo, pero sobre todo y por encima de todo en la fuerza de la razón que dan las armas de la ciencia, en todos los sentidos siguen como antiguo asesinando a la vida, produciendo y acumulando muerte llamada eufemísticamente riqueza. Los esclavos aún seguimos buscando el paraíso terrenal y ahora ni siquiera lo conseguimos en la muerte por lo costosa que se ha vuelto. Con el humano-capitalismo ni en la tierra ni en el cielo es posible la vida sin la esclavitud.

Este imperio humano-capitalista, controlador de dioses, magias, sortilegios y vudú en todo el planeta por medio de sus ideologías, desde la religión hasta la inteligencia artificial, se ha posicionado de la mente y cuerpo de la especie llevándonos a tal grado de esclavitud y locura que no existe nadie que no crea. Sí, que no crea, porque pensar no se practica desde hace más de un siglo en esta cultura; ya todas las ideas nos vienen masticadas; seguimos, no existe nadie que no crea que el futuro existe en el segundo siguiente, y para él hay que trabajar con ahínco.

Nunca antes se había imaginado una máquina tragavidas como el humano-capitalismo, ni mucho menos se pudo suponer verla convertida en cultura dominante, en toda la bolita del mundo. Es la única que ha acumulado en toda la historia la mayor riqueza contable, el mayor aparato de información y desinformación, las mayores agencias de inteligencia y contrainteligencia, los mayores centro de recolección de información que haya inventado cultura alguna para asesinar la vida. Las mayores corporaciones son para producir armas, drogas y forrajes para la guerra permanente. Acompañadas de las más deslumbrantes fábricas de lo que se antoje, todas alineadas con la guerra, organizadas con el método de la guerra, disciplinadas como un cuartel, desde la escuela hasta el espectáculo del entierro, buscando como la guerra el gran botín con la explotación masiva de la energía endoso-matica que se haya podido imaginar civilización cualquiera en todo el globo terráqueo; máquina que no se detiene ni para reparación en todo el orbe, las veinticuatro horas del día de todos los años, que no goza de vacaciones, cesantía, arreglo; y quien intente pararla se llevará el manotazo más grande de su vida a dos manos entre esclavos y dueño que saldrán endemoniadamente a defenderla.

Este modo, uso y costumbre impuesto al mundo a sangre, sudor, fuego, religión y otras ideologías ha sabido ir transmutando de país a país potencia, de potencia a coctel de potencias imperiales hasta hoy, que de nuevo se ahogaba con sus taponeados esfínteres por su excedente productivo sin tener dónde drenar, que intenta de nuevo vender la narrativa de un solo país imperial de manera que tenga una puerta de escape acusando mientras huye "allá va el ladrón" como siempre, culpando al chivo expiatorio de todos los desmanes. Una vez el imperio austrohúngaro, otra Alemania, después la Unión Soviética, Japón, y hoy será Estados Unidos. Para ello se hace necesario destruir ese Estado y culparlo de todos los males hasta que se recomponga y todo se olvide producto de la propaganda, y entonces será Rusia y China las que pagarán los platos rotos cuando vuelva a estar en desastre por la ausencia de un pensamiento distinto al humano-capitalismo.

Este engendro humano, humanito, humanito, de origen y práctica cultural que ha destronado y sometido a todos los enemigos que se le han presentado, ya sean naturales, físicos o ideológicos, al punto de que se ha visto en la necesidad de tener que inventar enemigos ficticios como "el terrorismo", "armas de destrucción masiva" o "Irán está construyendo la bomba nuclear". Este Chucky que toda la vida se ha preparado para enfrentarse a cualquier enemigo, que su lema fundamental es "todo enemigo me nutre", pero, oh tragedia de tragedia, nunca visionó, supuso, se preparó o se le pasó por la agiotista mente, que jamás de los jamases pudo recelar siquiera, que se enfrentaría al más feroz de sus enemigos, al maula de los maulas, al más audaz, al más cretino, al más sinvergüenza, traidor, tramposo, al más asesino, al más cruel, al más ladrón, al mentiroso, al rey de la charlatanería y la estafa, al mago de las tapitas engaña-ilusos, al tahúr de los dados cargados, al mitómano compulsivo; hablamos de él mismo en carne y hueso, mirándose al espejo.

Sí, estimado público, estamos en presencia de la más grande devastación que civilización alguna haya presenciado. Ninguna conflagración anterior había sido presenciada en primera fila en todo el planeta, esclavos y dueños ya hemos pagado para mirarla, para olerla, para saborearla, para sentirla en carne propia, porque será en cada cuerpo nuestro donde se escenificará la batalla y lo peor es que millones ni nos percataremos de que ya está ocurriendo, como en el caso de Gaza, donde palpablemente se puede demostrar cómo todas las organizaciones de la cultura humano-capitalista se prestan a conciencia para que este crimen se cometa, y lo más interesante es que quienes financian a los perpetradores no ocultan sus intereses y lo gritan a los cuatro vientos "limpiemos de gazatíes el terreno porque necesitamos el gas y la construcción de un paradisíaco balneario". Igualmente podemos decir que no quieren acabar la guerra en Ucrania sino esperar que la destruyan y debilitar a Rusia para luego robarle los recursos e invertir leoninamente para reconstruirla. El ciclo eterno del capitalismo.

La inmensa mayoría de los ocho mil millones de esclavos con los que se alimenta esta máquina de guerra en la batalla por la supremacía definitiva, nunca sabremos que ocurrió aunque estaremos ahí, en la primera línea de fuego.

Sí, hermanas y hermanos, nunca se había visto en público al yo con yo, al dueño de los dueños, al individuo, al egoísta entrándose a coñazo limpio consigo mismo, diciéndose hasta el cansancio, o tú o yo, pero los dos no podemos existir en el mismo gallinero: "Este planeta es mío y de nadie más".

Este imperio que se desmorona, que no es norteamericano ni europeo sino humano-capitalista como cultura conceptual, no está dispuesto a desaparecer sin dar batalla.

Ya evidenciado lo inevitable, ninguna vez como ahora se había visto conducta rastrera en los subhumanos como la reflejada por una caterva de deslumbrados mediocres, charlatancitos de tercera, que hoy por todo el mundo se le ofrecen de a tres por locha y uno de ñapa al imperio humano-capitalista, como lo son los Trump, Milei, Macron, Merz, María Corina, Boric, Bukeles, Lula, Zelenzky, Sánchez, Netanyahu y otra caterva de jugadores de ajilei en botiquines de mala muerte, ofreciéndose como los que pueden salvar al imperio, vendiéndose como los más liberales, libertinos, libertos, libertarios; los que se asumen como sus caballeros y caballerizas andantes, salvadores de prepagos en apuros, como si el imperio necesitara de ellos. Todos estos idiotas creen que el imperio necesita un dictador o un pelele que les saque las castañas del fuego, como la Machado, que en sus borracheras delirantes con vino barato se ofrece como conserje de la mina Venezuela, permitiéndoles cogerse lo que mejor les venga en gana, ilusión de idiota ignorante, que desconoce que el objetivo del imperio no es el gobierno de país o mina alguna en este planeta, sino el desbaratamiento de sus Estados, y para ello lo que menos quiere es un gobernante o conserje o regente, señora, tenga un poquito de cacumen y pudor. Los señores quieren dominar es en el caos controlado por ellos, en la destrucción, donde, como tienen los recursos, las herramientas y los esclavos a su disposición, pero sobre todo la fuerza, se proponen cogerse todo e imponer las nuevas reglas, aquellas que siempre puedan cambiar a su antojo para siempre.

El humano-capitalismo, en los últimos años, con el mayor descaro ha destruido a la vista de todo el mundo y a pleno día, superando todas las expectativas del experimento fascista en la Segunda Guerra, a Libia, Irak, Siria sucesivamente, para convertir algunos en abastecedores baratos de petróleo y otros, como el caso de Palestina, en lomito para las inmobiliarias transnacionales. Sin que esto conmueva una sola fibra del mundo drogadamente expectante e ignorante de que realmente está pasando.

Los esclavos domésticos, mejor conocidos como intelectuales, académicos o políticos, se conforman con emitir sus repetidos y ya hediondos panfletos sin importar si son de izquierdas o de derechas de cualquier denominación o variable, porque sea lo que sea ya están cobrando y no les importa la tragedia. Solo importa lo que cobran por hablar de ella.

La pretensión de los dueños, aún en deterioro el imperio humano-capitalista, no es huir o desparecer o lamentarse porque se está desmoronado el sistema, sino recolectar la máxima riqueza sin importar cuántas masacres para ello hagan falta, sin dolerse si unos pequeños o grandes empresarios se los traga el agujero negro del egoísmo humano-capitalista, imponiendo sus nuevas reglas y así hasta el infinito, sin importar en qué mundo distópico-bodrio puedan reinar. Siempre que haya recursos y vida que explotar, el mundo seguirá siendo para ellos la misma mina, claro está, siempre en deterioro.

Ante tamaña evidencia, ¿qué hacemos? ¿Los criticamos, rezamos, nos ponemos a llorar y a exigir derechos que no tenemos y jamás nos darán? ¿Pasaremos la vida quejándonos por los masacrados, asesinados, fusilados, empalados, robados, explotados, presos, invadidos, violados en Afganistán, Libia, Palestina, Irán, Haití, como en todo el planeta? ¿Seguiremos viviendo de pasados ilusorios, nos mantendremos con las esperanzas, las utopías, las quimeras, las ilusiones de que algún día se acabará la guerra, la explotación, las invasiones, los bloqueos, las sanciones y todos seremos hermanos en el mundo de la atalaya, y como por arte de magia vendrá la felicidad que no nos cabrá en el pecho, así en la tierra como en el cielo, porque se repartirán equitativamente las riquezas y seremos plenamente libres, soberanos e independientes, para venderles los recursos, la mano de obra y las materias primas a los dueños del humano-capitalismo al precio justo y seremos respetados por siempre? ¡Sí, Luis!

O definitivamente entendemos que ahí no existe solución, que hagamos lo que hagamos, gritemos lo que gritemos, deseemos lo que deseemos, en el mundo del humano-capitalismo los esclavos no dejaremos de ser esclavos, así nos atapucemos de utopías o esperanzas. Lo único posible es pensar lo distinto desde lo junto y dejar de admirar, aplaudir, añorar, las mieles del capitalismo, porque quienes las creamos somos nosotros y la disfrutan los dueños sustentados en la razón de su fuerza y violencia en nuestra contra, y mientras nosotros sigamos deseando las riquezas ellos serán felices para siempre.

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