Al revisar los primeros 40 días del actual gobierno de Donald Trump, el rol del titular del Departamento de Estado, Marco Rubio, se presenta como una figura cuyas funciones parecen diluirse dentro de un entramado de asuntos prioritarios para el mandatario republicano en materia de política exterior.
Aunque ocupa uno de los cargos más importantes en la estructura gubernamental de Estados Unidos, su influencia parece opacada, en principio, por la autoridad de los enviados especiales, quienes han tomado las riendas en temas cruciales de la agenda internacional de Washington.
La imagen del exsenador por Florida, sentado en el Despacho Oval durante una acalorada discusión entre Trump, el presidente ucraniano Vladímir Zelenski y el vicepresidente JD Vance, fue motivo de chistes por redes sociales. Circunspecto y visiblemente incómodo, Rubio quedó como un actor disminuido durante ese escándalo diplomático en la Casa Blanca.
Su presencia, más bien discreta, contrastaba con la energía y el protagonismo de otras autoridades en la sala. Años atrás, fue un contendiente en las primarias republicanas con aspiraciones a la presidencia.
La participación del Secretario en reuniones relevantes así como su desempeño en giras diplomáticas han reflejado un esfuerzo por mantenerse en la escena, pero sin lograr consolidarse como un actor determinante dentro de la administración.
Las sombras que eclipsan a Rubio: Los Enviados Especiales
La administración Trump cuenta con nueve enviados especiales, entre quienes destacan figuras como Richard Grenell, Steve Witkoff, Keith Kellogg y, en cierta medida, Mauricio Claver-Carone.
Estos representantes han sido los más activos durante los primeros 40 días de gestión, al abordar misiones de alto perfil.
Según el periodista Gabriel Sherman, de la revista Vanity Fair, el cubano-estadounidense ya había expresado su descontento antes de que la visita de Zelenski a Washington se tornara caótica. El nombramiento de estos enviados le restó protagonismo y reforzó la percepción de que su papel es meramente protocolar.
Precisamente, dos fuentes cercanas al Partido Republicano confirmaron a la revista que el secretario de Estado quedó sorprendido cuando Trump los designó para misiones neurálgicas en política exterior, como la resolución de los conflictos en Gaza y Ucrania y, por supuesto, con Venezuela.
Este movimiento reforzó las prioridades presidenciales y evidenció el intento de Trump de afrontar las relaciones internacionales a través de figuras cercanas. Con ello, marginó el rol tradicional del Departamento de Estado y, por ende, la influencia del exsenador.
La fórmula del enviado especial ha sido una herramienta flexible en la política exterior de Estados Unidos. No solo refuerza las prioridades presidenciales sino que también permite canalizar ese ámbito hacia temas estratégicos que requieren atención especializada y sostenida.
Incluso en enero, antes de la investidura de Trump, Bloomberg informaba que el entonces senador era el candidato del presidente electo para ocupar la Secretaría de Estado. Sin embargo, en las semanas previas a la toma de posesión los enviados especiales captaron la mayor parte de la atención, y avanzaban en sus agendas, mientras Rubio esperaba su audiencia de confirmación en el Senado.
Dichos funcionarios, designados entre asesores y allegados de Trump, operaban con acceso privilegiado al presidente, lo que les permitió tomar ventaja en la gestión diplomática al tiempo que Rubio lidiaba con los procedimientos burocráticos.
Kori Schake, exfuncionaria estadounidense y actual miembro del American Enterprise Institute, explica esta dinámica: "Es menos probable que expertos en política exterior como el senador Rubio influyan sobre el presidente que las voces del mundo empresarial. No creo que Trump permita que nadie más que él mismo sea la voz dominante en política exterior".
Cabe destacar que el Secretario, además, podría enfrentar tensiones con su propio portavoz en el Departamento de Estado. Trump eligió para el cargo a la colaboradora de Fox News, Tammy Bruce, quien en el pasado lo calificó de "senador inexperto que nunca ha dirigido nada en su vida" y lo comparó con "el chico que agita frenéticamente los brazos en el fondo de una sala tratando de demostrar su relevancia".
Tradicionalmente la Casa Blanca espera las recomendaciones del Departamento de Estado antes de nombrar embajadores o a este tipo de figuras especiales, pero la administración Trump ha desestimado este proceso. Según Gerald Feierstein, miembro senior del Middle East Institute: "Trump no va a perder mucho tiempo preocupándose por lo que el Departamento de Estado piense sobre un tema".
Aunado a esto, la revista también señala que "todos los enviados tienen oficinas en la Casa Blanca", lo que les otorga un acceso directo a Trump, a diferencia de Rubio.
Durante su audiencia de confirmación en el Senado en enero, el ahora secretario de Estado afirmó: "La forma en que esto funcionará, y como anticipo que funcionará, es que trabajen para el presidente en coordinación con nosotros".
Sin embargo, la realidad parece contradecir sus palabras. En Foggy Bottom —donde se ubica el Departamento de Estado— la falta de coordinación es evidente. Los enviados especiales poseen información de primera mano y credibilidad porque tratan directamente con el presidente, dejando al margen la acostumbrada estructura diplomática.
Este enfoque ha creado un "cortocircuito" en la autoridad tradicional del secretario de Estado.
Ahora bien, ¿qué ha logrado Rubio realmente en estos primeros meses?
La gira en Centroamérica
Su primera gira como Secretario de Estado lo llevó a varios países de Centroamérica, con el enfoque en dos temas principales: la influencia de China en la región, y la migración. Sin embargo, sus esfuerzos estuvieron marcados por controversias y resultados desiguales.
En el contexto de las amenazas de Trump sobre el canal de Panamá, Rubio viajó a ese país con el objetivo de concretar un acuerdo que ya estaba en marcha.
Durante su reunión con el presidente panameño, José Raúl Mulino, el Departamento de Estado anunció que "los buques del gobierno de EE.UU. ahora pueden transitar por el canal de Panamá sin pagar tasas, lo que representa un ahorro de millones de dólares al año".
Pero la realidad distaba mucho de lo declarado. Entre consolidar dicho acuerdo y tomar el control del canal, hay un abismo.
Mulino desmintió categóricamente la existencia de tal convenio, y acusó al gobierno de Estados Unidos de difundir información falsa. El mandatario panameño aclaró que, solo un día antes, le había explicado al secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, que eximir a cualquier país del pago de tarifas por el tránsito bioceánico es "una limitación constitucional".
Es decir, mientras Rubio negociaba en Panamá, Mulino mantenía conversaciones paralelas con otros funcionarios estadounidenses, lo que dejó al descubierto la falta de coordinación.
Ante el desacuerdo público se activó un canal directo con Trump, lo que dejó en evidencia que las decisiones claves no pasaban necesariamente por el Departamento de Estado. Este episodio no solo reflejó las limitaciones del jefe de la diplomacia estadounidense para imponer su autoridad en las negociaciones sino también la complejidad de su rol en un gobierno en el que las agendas se superponen y las decisiones suelen tomarse al margen de los canales tradicionales.
En lugar de ser el principal interlocutor, el diplomático quedó relegado a un papel más bien operativo, mientras otros actores con acceso directo a Trump tomaban las riendas.
Luego, al aterrizar en El Salvador, el presidente Nayib Bukele sorprendió al ofrecer sus cárceles para recibir detenidos desde Estados Unidos, a lo que Rubio no tardó en elogiar la propuesta calificándola de "increíble" y minimizando las complejidades jurídicas que implicaría. "Obviamente hay cuestiones legales involucradas. Tenemos una Constitución, tenemos todo tipo de cosas, pero es una oferta muy generosa", declaró el responsable de la cartera de Estado a la prensa.
El siguiente país en su agenda fue Costa Rica, donde el titular de la diplomacia estadounidense centró su atención en dos frentes: la lucha contra el narcotráfico y la creciente influencia de las empresas tecnológicas chinas en la región.
Elevando el tono de la postura de Washington, respaldó las políticas costarricenses que restringen la participación de compañías chinas en el desarrollo de la tecnología 5G. Además, ofreció reforzar la cooperación en seguridad: "Vamos a ver cómo podemos involucrar la DEA y el FBI para trabajar junto con sus equipos de seguridad aquí".
En una visita de 24 horas en Guatemala, el encargado de las relaciones exteriores logró un acuerdo con el presidente Bernardo Arévalo para aumentar 40% la deportación de migrantes extranjeros hacia suelo guatemalteco.
Ahora bien, mientras Rubio recorría Centroamérica, la atención mediática estaba puesta en Richard Grenell, quien en aquellos días se reunió con el presidente Nicolás Maduro.
Este contraste resaltó la falta de impacto de la gira del exmiembro del Senado, que culminó en República Dominicana con un anuncio menor: la firma de un acuerdo para formalizar la presencia de un agente de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) en la isla caribeña.
Aunque Rubio abordó temas claves como la crisis en Haití y la lucha contra el narcotráfico, su visita pasó sin mayor resonancia.
El punto final de su gira fue la "confiscación" de un avión venezolano —realmente se trató de un robo— retenido en República Dominicana desde el año pasado.
Este acto, más simbólico que estratégico, fue presentado como un logro, pero en realidad dejó al descubierto la desesperación del responsable de la diplomacia por ganar relevancia mediática.
Resulta llamativo que un secretario de Estado, uno de los cargos de mayor peso en la estructura gubernamental de Washington, terminara involucrado en la supervisión de la "confiscación" de una aeronave, un asunto que, en términos diplomáticos, dista mucho de ser prioritario.
Este gesto, más que demostrar autoridad, pareció un intento desesperado por justificar su posición y llamar la atención en una administración en la que otros actores han acaparado el protagonismo.
Su gira por Centroamérica, aunque ambiciosa, dejó en evidencia que su influencia es limitada y que, en lugar de liderar, está corriendo detrás de una sombra.
ZelenskI y Ucrania
Volviendo a la visita de Zelenski a Washington a la luz de los comentarios de Sherman por Vanity Fair, es oportuno recordar que en 2022 Rubio había dejado clara su postura sobre la crisis ucraniana.
En una entrevista, al ser preguntado sobre qué tipo de asistencia debía brindar Estados Unidos, afirmó que Washington debía mantener una relación con un "Estado ucraniano real y legítimo" y apoyarlo mientras durara la batalla.
"No sé por qué no decimos abiertamente que los apoyaremos mientras estén dispuestos a luchar, incluso si es solo una insurgencia", declaró en Andrea Mitchell Reports.
No obstante, Rubio también advirtió que ese respaldo no debía traducirse en un "combate armado" entre Estados Unidos y Rusia ya que eso "sería la Tercera Guerra Mundial". En su lugar, defendió que Washington debía seguir "abasteciendo y equipando" a Ucrania.
Poco después de la salida de Zelenski de la Casa Blanca, elogió efusivamente a Trump en X. Luego, el domingo, en una entrevista con ABC News intensificó sus críticas hacia el líder ucraniano, reforzando su intento de ubicarse dentro del primer anillo del presidente estadounidense, pues mostró una actitud que contrasta con su anterior postura de apoyo al ucraniano.
Esta aparente contradicción podría interpretarse como un intento por alinearse con Trump y adelantarse a cualquier narrativa de tensión entre ambos, hecho que asegura la revista estadounidense.
En definitiva, el exsenador intenta mantener su relevancia, navega entre sus convicciones pasadas y la necesidad de adherirse a las decisiones de Trump, un equilibrio que no siempre resulta convincente.
Este político con grandes aspiraciones y experiencia en política exterior ha quedado apartado a un segundo plano en lo que va del gobierno de Trump. Su gira por Centroamérica, aunque ambiciosa, estuvo marcada por controversias y resultados que no alcanzaron el impacto esperado. Mientras tanto, los enviados especiales han tomado la delantera en temas cruciales y han consolidado su influencia en la Casa Blanca.
En definitiva, su rol como secretario de Estado es más de procesamiento de documentos que sustancial. En una administración en la que Trump centraliza el poder y prefiere el consejo de otros funcionarios, Rubio lucha por mantener su relevancia.
Su historia es un recordatorio de que, en la política exterior de Estados Unidos, no basta con ocupar un cargo importante, lo crucial es tener acceso y influencia directa sobre el presidente. Y en ese aspecto, el actual secretario de Estado parece estar nadando contra la corriente.