Mié. 07 Mayo 2025 Actualizado 4:02 pm

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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz (Foto: Nils Hasenau)
A 80 años del Día de la Victoria

Las históricas conexiones entre las élites europeas y el nazismo

El rastro del Tercer Reich continúa pulcro en Europa. La sangre, el dinero, sus ideas aun palpitan y circulan en el continente que sirvió de cuna al fascismo, cuyo legado recorrió el resto del siglo XX tras la Segunda Guerra Mundial y sigue latente entre las élites gobernantes actuales del bloque europeo. En el marco del 80 aniversario del Día de la Victoria, que conmemora la derrota del nazismo y el fascismo europeo a manos de la Unión Soviética, esta tendencia se torna más que evidente.

Pero se trata de una certeza oculta, adrede, por parte de las mismas élites europeas que la repiten incansablemente como ciclo político, económico y cultural.

Cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin en 1945 se inició un proceso simbólico de "desnazificación" en Alemania y otros países que estuvieron bajo el control nazi. Sin embargo, lo que no se menciona tan frecuentemente es que muchas figuras claves del Tercer Reich lograron evitar el castigo por sus crímenes, y que incluso fueron absorbidas por las nuevas estructuras políticas, militares y económicas surgidas en Europa occidental durante la posguerra.

Hoy, 80 años después, existen indicios preocupantes de cómo ciertos elementos ideológicos, redes personales y dinámicas de poder asociadas con el nazismo continúan influyendo en los círculos de poder europeos.

De Berlín a Bruselas: Ratlines y la integración de criminales nazis

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial miles de criminales de guerra nazis escaparon de la justicia gracias a las llamadas Ratlines ("rutas de rata"), vías secretas organizadas principalmente por sectores del Vaticano, servicios de inteligencia occidentales —incluidos los estadounidenses— y redes de la ultraderecha europea.

Las Ratlines permitieron que altos funcionarios nazis, entre ellos miembros de las SS y gestores de los campos de concentración, huyeran hacia las Américas y otros continentes.

Pero no todos escaparon. Muchos permanecieron en Europa y, lejos de ser perseguidos, fueron reclutados por las potencias occidentales para colaborar en la Guerra Fría contra la Unión Soviética.

La OTAN, fundada en 1949, incorporó a antiguos oficiales de alto rango del ejército alemán (Wehrmacht) e, incluso, a miembros de las SS como Reinhard Gehlen, quien dirigió una red de espionaje alemán contra la Unión Soviética, posteriormente absorbida por Estados Unidos.

Un estudio titulado Nazism, NATO and West-European Integration - Correlation revela cómo exoficiales alemanes fueron reinsertados en puestos neurálgicos dentro de la estructura atlantista. Asimismo, historiadores han documentado casos como el del general Hans Speidel, jefe del Comando Supremo Aliado en Europa (Saceur), quien combatió junto a Erwin Rommel en África y fue rehabilitado por las potencias occidentales.

Esta integración operativa y simbólica marcó el comienzo de una normalización tácita del pasado nazi dentro de las instituciones europeas, con el principal respaldo de Estados Unidos, autodeclarado victorioso de la Segunda Guerra Mundial.

El capital de ayer y hoy financió al Führer

Una de las páginas menos conocidas de la historia del nazismo es su estrecha relación con la élite empresarial alemana. Durante los años 1930 grandes conglomerados industriales como Krupp, Thyssen, IG Farben y Siemens no solo financiaron la llegada de Hitler al poder sino que también se beneficiaron enormemente del régimen nazi explotando mano de obra esclava en campos de concentración y lucrándose con la producción del complejo industrial-militar.

Como señala el artículo de Jacobin titulado "Nazi Billionaires: Capitalism Under Hitler", estas empresas no solo sobrevivieron a la derrota del Reich sino que se convirtieron en pilares del "milagro económico" alemán de la posguerra.

Más aun: esta continuidad económica y política ayudó a moldear el desarrollo del capitalismo europeo contemporáneo estableciendo un modelo profundamente entrelazado con intereses corporativos que ya habían colaborado con el nazismo.

La élite económica alemana actual es directa heredera de los capitalistas colaboradores de los nazis, y algunos de ellos fueron parte de la nomenclatura gubernamental del Tercer Reich.

Ursula von der Leyen, FRIEDRICH MERZ y los fantasmas del pasado

Un caso emblemático que ilustra esta persistencia del legado nazi en el establishment actual es el de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea al día de hoy.

Su padre, Ernst Albrecht, estuvo íntimamente vinculado con la administración nazi trabajando en la ocupación de Holanda —actualmente Países Bajos—. A pesar de este oscuro pasado, él no solo logró reinventarse políticamente sino que llegó a ser presidente regional del estado federado de Baja Sajonia, funcionario de la Unión Europea y mentor de Angela Merkel.

Según investigaciones periodísticas, Albrecht no solo evitó cargos por crímenes de guerra sino que recibió el perdón oficial por parte de las autoridades británicas debido a sus supuestas "contribuciones a la reconstrucción europea".

Este ejemplo muestra cómo individuos vinculados con el nazismo pudieron reintegrarse al sistema liberal europeo sin rendir cuentas públicas por su pasado, y contribuyeron a la formación de generaciones posteriores de líderes europeos.

Además, varios documentos históricos indican que el susodicho fue directa e indirectamente responsable de la masacre contra civiles holandeses y participó en decisiones que condujeron a ejecuciones sumarias.

El escritor y editor alemán Peter Kuras, en una nota publicada en 2021 en Foreign Policy, escribió tajantemente:

"El árbol genealógico de von der Leyen traza un legado de poder y brutalidad que incorpora no solo a algunos de los nazis más importantes de Alemania sino también a algunos de los mayores traficantes de esclavos de Gran Bretaña y, a través del matrimonio, a algunos de los mayores propietarios de esclavos de Estados Unidos.

Von der Leyen desciende directamente de James Madison, quien poseía más de 200 esclavos cuando estalló la Guerra Civil.

Podría parecer mezquino condenar a alguien por su ascendencia: los pecados del padre, después de todo, no recaerán sobre el hijo o, en este caso, sobre la hija. Pero la propia von der Leyen ha invocado a estos antepasados sin pedir disculpas, sin pensarlo dos veces".

Pero hay más: el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, cuenta con un antepasado directo que formaba parte del Partido Nazi: su abuelo, Josef Paul Sauvigny, se unió a la Schutzabteilung, la fuerza paramilitar nazi de camisas pardas, en julio de 1933, apenas seis meses después de que Hitler se convirtiera en canciller. También fue alcalde de Brilon durante el Tercer Reich, cuando mandó a rebautizar una arteria central de la ciudad con el nombre de Adolf-Hitler-Strasse.

¿Qué implicaciones tiene esto sobre la legitimidad moral de las instituciones actuales? Al parecer ninguna, con la conciencia europea tranquila, incluso apoyando a regímenes con una abierta filiación al nazismo y/o sus ideas prácticas.

El Nuevo Orden de Hitler y el proyecto de la Unión Europea

El denominado Nuevo Orden Europeo (Neuordnung) concebido por Hitler y sus asesores pretendía reestructurar el continente bajo principios de jerarquía racial, dominación económica y centralización política. Aunque grotescamente distorsionado por el racismo y el militarismo, este proyecto compartía rasgos estructurales con el actual diseño de la Unión Europea (UE).

En palabras del eurodiputado británico Gerard Batten, citado por The Independent, el plan original de la UE habría sido inspirado en parte por ideas desarrolladas por burócratas nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Si bien esta afirmación puede parecer exagerada, hay evidencia histórica de que ciertas estructuras burocráticas y modelos de integración económica fueron adoptados —y adaptados— por los arquitectos del proyecto europeo tras la guerra.

El Neuordnung buscaba crear un espacio económico común, dominado por Alemania, con instituciones centrales que impondrían normas uniformes a los países conquistados. Hoy la UE también opera con instituciones supranacionales —como la Comisión Europea o el Banco Central Europeo— que toman decisiones que afectan toda la comunidad, muchas veces sin consulta directa con los ciudadanos.

Además, el país bávaro ha sido durante años el principal líder económico de Europa y ombligo de la toma de decisiones del capitalismo europeo.

En este sentido, aunque los valores y objetivos sean diametralmente opuestos, las formas de organización resultan inquietantemente similares.

Especialmente desde la crisis financiera de 2008, la UE ha adoptado un enfoque burocrático y autoritario que recuerda —aunque en formas distintas— el centralismo germánico del siglo XX.

No se trata de equiparar literalmente ambas realidades sino de interrogarnos sobre qué modelos de poder y jerarquía se repiten históricamente en Europa. Y la tendencia parece clara, como lo escribió el poeta y político anticolonial Aimé Césaire en 1950:

"Quiérase o no, al final del callejón sin salida de Europa, quiero decir de la Europa de Adenauer, de Schuman, de Bidault y de algunos otros, está Hitler. Al final del capitalismo, deseoso de perpetuarse, está Hitler. Al final del humanismo formal y de la renuncia filosófica, está Hitler".

Ucrania, geopolítica y el retorno de lo prohibido

En el contexto de la guerra en Ucrania y el Dombás, otro aspecto crítico es el apoyo incondicional de las élites europeas a Kiev, que ignoran sistemáticamente la presencia de grupos neonazis y partidarios de la ideología banderista dentro del establishment ucraniano.

Organizaciones como el Batallón Azov, inicialmente paramilitar y con fuerte identidad nazi, han sido integradas oficialmente al ejército ucraniano, mientras que símbolos y discursos provenientes del nacionalismo extremista son celebrados por dirigentes europeos.

Existe una tendencia alarmante en los países bálticos y en Finlandia hacia movimientos ultraconservadores, revisionistas y abiertamente fascistas.

Además, parlamentarios europeos han financiado proyectos educativos y culturales en Ucrania que promueven la ideología de Stepan Bandera, colaborador ucraniano del hitlerismo durante la Operación Barbarroja, y figura venerada por muchos neonazis ucranianos.

Esta contradicción plantea preguntas incómodas para los mismos europeos: ¿Por qué se tolera el uso de símbolos fascistas cuando favorecen los intereses geopolíticos europeos, mientras se condena cualquier manifestación similar en territorio ruso o de otros adversarios?

¿No estamos asistiendo a una doble moral que legitima selectivamente ciertos fascismos en función de su utilidad estratégica?

Europa como repetición encubierta

La historia europea del siglo XX nos enseña que los regímenes fascistas no surgen de la nada; están arraigados en estructuras sociales, culturales y económicas que sobreviven a sus líderes. Las élites europeas actuales, tanto políticas como económicas, no pueden lavar su pasado sin enfrentar honestamente las raíces oscuras que aun laten en el corazón del proyecto europeo.

Desde la integración de antiguos nazis en la OTAN hasta las conexiones familiares de figuras claves como Ursula von der Leyen, pasando por las estructuras institucionales que recuerdan al Neuordnung hitleriano, queda claro que el legado del nazismo está muy presente en la Europa contemporánea.

Hoy más que nunca, en un momento de auge fascista en Occidente, y a conveniencia con todo lo que significa el Día de la Victoria, a 80 años de la caída del Tercer Reich, se hace necesario revisar estos legados y romper con aquellas lógicas de poder, exclusión y violencia sistémica que, bajo nuevas formas, siguen determinando el rumbo de Europa. Así lo escribía Césaire, como si estuviera hablando de las élites europeas del siglo XXI, para concluir:

"Sí, valdría la pena estudiar, clínicamente, con detalle, las formas de actuar de Hitler y del hitlerismo, y revelarle al muy distinguido, muy humanista, muy cristiano burgués del siglo XX que lleva consigo un Hitler y que lo ignora, que Hitler lo habita, que Hitler es su demonio, que, si lo vitupera, es por falta de lógica, y que en el fondo lo que no le perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí sino el crimen contra el hombre blanco, es la humillación del hombre blanco, y haber aplicado en Europa procedimientos colonialistas que hasta ahora solo concernían a los árabes de Argelia, a los coolies de la India y a los negros de África".

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