Mié. 23 Abril 2025 Actualizado 6:07 pm

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Yoji Muto, Ahn Duk-geun y Wang Wentao, los ministros de Comercio de Japón, Corea del Sur y China, respectivamente, en un gesto colectivo de solidaridad económica en Seúl el 30 de marzo de 2025 (Foto: Jung Yeon-je / AFP)

Tres cambios geopolíticos que eran inimaginables hace 10 años

El mundo ha ido girando a una velocidad vertiginosa desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos. Los cuatro primeros meses de 2025 han estado marcados por lo que la Casa Blanca ha hecho o dejado de hacer en materia económica y de política exterior, sobre todo en cuanto a las medidas arancelarias; pero otros tópicos no pasan desapercibidos.

Cierto es que las acciones de Washington suelen tener consecuencias internacionales en un mundo tan interconectado como el nuestro, pero esta vez están dejando consecuencias inusitadas. Los cambios tectónicos en geopolítica y economía internacional llevados a cabo actualmente no eran siquiera pensados una década atrás.

Podemos nombrar tres que, sin duda, sorprenderían a cualquiera hace 10 años.

Diálogo entre los tres mayores poderes de Asia oriental

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos logró dividir una posible integración regional entre China, Japón y Corea durante el siglo XX, primero convirtiendo a la isla en un cuasiprotectorado de sus intereses, luego dividiendo la península en dos países disímiles a mediados de la década de 1950 —guerra mediante— con Corea del Sur influida por Occidente.

Pero el siglo XXI está viendo nacer un diálogo entre las tres potencias económicas de Asia Oriental que hasta hace muy poco era difícil de prever: la posibilidad de enfrentar conjuntamente la ofensiva arancelaria de Washington.

A finales de marzo se reactivó la cumbre trilateral luego de dos años sin que hubiera encuentros formales entre los ministros de Relaciones Exteriores, y después de cinco años entre los máximos representantes de la cartera de Economía y Comercio.

En las reuniones se habló específicamente de concretar un acuerdo de libre comercio entre las tres potencias para promover el "comercio regional y global".

Estos tres países representan una parte significativa del comercio mundial —alrededor de 20%— y desempeñan un papel fundamental en las cadenas de suministro globales, la producción manufacturera y la innovación tecnológica.

A pesar de las disputas territoriales habidas entre ellos, además del enfrentamiento debido a la liberación japonesa de aguas residuales provenientes de la destruida planta nuclear de Fukushima en 2023, aunados a las diferencias político-ideológicas, tienen intereses económico-comerciales en común, en específico respecto a los sectores de semiconductores y chips.

Un editorial del medio chino Global Times, publicado el 3 de abril, opina que las conversaciones enfatizaron el multilateralismo:

"Como grandes economías mundiales y las tres potencias más grandes de Asia, estas naciones han reconocido una realidad crucial: es hora de que asuman un papel activo en la configuración de su destino regional en lugar de dejarlo en manos de potencias externas".

Si bien es cierto que, según el medio chino, "la cooperación trilateral aun se ve influenciada por la mayor participación de Estados Unidos en la región, un factor geopolítico significativo", las medidas de Donald Trump permiten que China, Corea del Sur y Japón se estén dando cuenta, sobre todo estos últimos dos, de que "Asia no puede depender de potencias externas para forjar su futuro".

Transformaciones en las cadenas globales de suministro

En la década anterior era impensable que las cadenas globales de suministro pudieran interrumpirse y modificarse, salvo por algún cisne negro que repercutiera de manera abrupta. Pero la pandemia del covid-19, la Operación Militar Especial de Rusia en Ucrania y el Dombás y, últimamente, la política arancelaria de Estados Unidos han puesto a prueba la estabilidad de la arquitectura económica mundial.

Las medidas económicas y comerciales de Donald Trump no solo afectan a corto plazo sino que también debilitan el sistema comercial global que el país norteamericano lideró después de la Segunda Guerra Mundial. A largo plazo, las consecuencias podrían ser profundas, sobre todo en las cadenas globales de suministro, ya que ellas constituyen un engranaje global que conecta fábricas, proveedores y consumidores en diferentes países. 

Sin embargo, los aranceles están forzando a las empresas a reestructurar estas cadenas, lo que tiene efectos inmediatos y a largo plazo.

Estas vías globales de suministro son redes internacionales que permiten que los productos se fabriquen en varias etapas y lugares antes de llegar al consumidor final. Un teléfono inteligente puede tener componentes fabricados en China, ensamblarse en Vietnam y venderse en Estados Unidos. Otro ejemplo: los automóviles suelen incluir partes fabricadas en decenas de países.

Tales rutas funcionan porque las empresas buscan producir de manera eficiente aprovechando los costos bajos de mano de obra, o materiales, en diferentes regiones. Pero con la imposición de tributos, las empresas enfrentan dos problemas principales: surgen costos adicionales y generan incertidumbre debido a que no hay estabilidad en las reglas comerciales.

Por ello muchos países están reconsiderando dónde fabricar sus productos y dónde obtener sus materiales. Esto irrumpe en las cadenas de suministro con un costo importante para la economía mundial, sobre todo en la desaceleración del comercio puesto que el flujo de bienes entre países disminuye.

Con la interrupción de esas articulaciones están surgiendo dos nuevas tendencias: la regionalización y la localización. El caso anterior sobre la cooperación en Asia Oriental es un botón clarísimo de esto.

En lugar de depender de proveedores en todo el mundo, países y empresas están creando redes comerciales más pequeñas dentro de regiones específicas. Asimismo, están intentando fabricar más productos cerca de donde se venden. Esto reduce los costos de transporte y los riesgos asociados con los aranceles.

De hecho, estos dos fenómenos tienen un basamento institucional en el continente asiático, entre la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), que integra 10 países, y China, los cuales tienen un acuerdo de libre comercio denominado Acfta, con el que Beijing se ha convertido en el mayor inversor de la Asean. A su vez este bloque representa 15% del volumen total del comercio chino, en el que destacan las importaciones chinas de chips de microprocesadores, convertidores analógico-digitales y condensadores para chips.

Sin embargo, estas estrategias también tienen limitaciones. No todos los países tienen la capacidad para producir ciertos bienes, problema crucial de la regionalización, y la localización puede aumentar los costos para los consumidores. Estos dos escenarios están ocurriendo en tiempo real con, por ejemplo, el mercado global del gas licuado de petróleo (GLP), cuya cadena de suministro se está reestructurando y, con ello, se espera que se depriman los precios y que los subproductos del gas de esquisto sufran en la demanda, consecuencia que afectará a las compañías energéticas estadounidenses y a la industria petroquímica china.

EE.UU. versus Europa

El Signalgate, con el cual se divulgaron conversaciones entre el vicepresidente estadounidense J.D. Vance, el secretario de Defensa Pete Hegseth, el subjefe de Gabinete de la Casa Blanca Stephen Miller, entre otros altos funcionarios, ha demostrado sin filtros el desprecio que Estados Unidos siente, al menos en la administración de Donald Trump, hacia Europa.

Además, la guerra arancelaria estadounidense contra el resto del mundo, incluidos sus aliados europeos, reafirma la animadversión hacia los que hasta hace poco, en la percepción general, se consideraban sus pares. Ahora pareciera que Estados Unidos y Europa se encuentran en un ring de boxeo —global—, en un contexto geopolítico sin precedentes.

El lenguaje oficial de los más altos funcionarios estadounidenses acerca de Europa es una muestra de pugilismo, en el que se reconoce más claramente la ruptura geopolítica. Vance, en su discurso durante la Conferencia de Múnich en febrero pasado, dijo que "la amenaza que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, ni China, ni ningún otro actor externo. Lo que me preocupa es la amenaza que viene de dentro. El retroceso de Europa respecto de algunos de sus valores más fundamentales: valores compartidos con Estados Unidos de América".

Más aun: Trump mismo declaró a principios de marzo, en conferencia de prensa, sobre los compromisos de defensa europeos en el seno de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN): ¿Realmente quieres que diga lo que pienso? Sí, creo que han estado gorroneando [comer o vivir a costa ajena, de manera abusiva]".

Pero esto tiene un trasfondo: las decisiones políticas y económicas tomadas por los líderes europeos han llevado al continente a una crisis profunda, exacerbada por su dependencia de Estados Unidos y de la OTAN. Europa ha sacrificado su soberanía y sus intereses estratégicos al alinearse ciegamente con las políticas estadounidenses, particularmente en el contexto de la confrontación con Rusia y China.

Las sanciones impuestas a Rusia tras la guerra en Ucrania han tenido un impacto devastador para Europa, especialmente en términos energéticos y económicos. La dependencia del gas y petróleo ruso, sumada a la falta de alternativas viables a corto plazo, ha generado una crisis energética sin precedentes, inflación galopante y un aumento del descontento social.

Además, esta situación ha expuesto las debilidades estructurales de la Unión Europea (UE), como su incapacidad para actuar de manera cohesionada frente a desafíos globales.

Asimismo, la subordinación de Bruselas a Washington, con las élites políticas de Europa priorizando los intereses geoestratégicos de Estados Unidos sobre los de sus propios ciudadanos, ha materializado una postura de aislamiento europeo en el escenario internacional, donde potencias como China y Rusia han fortalecido sus vínculos económicos y políticos con otras regiones, situación que ha dejado a la UE marginada.

Europa está pagando un alto precio por su falta de autonomía y su dependencia de Estados Unidos, lo que la ha conducido hacia un abismo geopolítico. Para revertir esta situación se necesitaría un cambio radical en su política exterior, con un enfoque soberanista, basada en una diplomacia y cooperación con otras regiones. 

No obstante, el escepticismo parece ganar terreno sobre la posibilidad de que esto ocurra en el corto plazo.

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