Jue. 03 Julio 2025 Actualizado 2:25 pm

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No es un fenómeno aislado ni una catástrofe natural inevitable: es el resultado directo de un sistema económico basado en la acumulación sin límites (Foto: Tooga / Getty Images)
Informe especial sobre el capitalismo verde

El imperialismo ecológico es uno de los motores de la crisis global

Venezuela, como muchos países, sufre el impacto de la crisis climática. Nada más tras los primeros dos días de intensas lluvias en los que, según informó el presidente Nicolás Maduro, "cayó un 300% más de agua en los Andes", hubo importantes daños en los estados Mérida, Táchira, Trujillo, Portuguesa y Barinas. Estos estados sufrieron el colapso de 25 puentes.

Más de 10 mil familias resultaron afectadas al quedar aisladas o en alto riesgo, hubo pérdidas de viviendas y aún falta por calcular las consecuencias económicas generadas por el paso de nueve ondas tropicales. Ante ello el mandatario afirmó que "estamos corriendo con las consecuencias de dos siglos de contaminación ambiental".

Esto debe enmarcarse en una visión más general, ya que la crisis climática es parte de una mayor: la crisis ambiental global. Esta incluye desbalances en los ciclos vitales del planeta y extinciones masivas, entre otros problemas. No es un fenómeno aislado ni una catástrofe natural inevitable; es el resultado directo de un sistema económico basado en la acumulación sin límites, que convierte a la naturaleza en mercancía y que ha llevado al planeta al borde del colapso.

La crisis climática como efecto DEL imperialismo ecológico

El llamado imperialismo ecológico describe cómo los países industrializados del hemisferio norte han convertido al Sur Global en una fuente inagotable de recursos y energía; también en espacios para externalizar sus residuos tóxicos, todo ello bajo la lógica del capitalismo globalizado.

Desde la colonización hasta la actualidad, este saqueo ha sido legitimado por un modelo de desarrollo que justifica la extracción de bienes comunes globales —la atmósfera, los bosques tropicales o los océanos— con el fin de concentrar el crecimiento económico en el centro del sistema capitalista.

Como señaló el historiador colombiano Renán Vega Cantor, "los países pobres del sur sufren los riesgos ambientales generados por la creación de riqueza en el norte", lo que refleja una injusticia estructural que no solo afecta a los pueblos, sino también a los ecosistemas enteros.

Este modelo se ha profundizado con la expansión de mecanismos como los mercados de carbono y la reducción de las emisiones derivadas de la deforestación y la degradación forestal (REDD+, por sus siglas en inglés), diseñados supuestamente para reducir emisiones, pero que en realidad permiten a las grandes corporaciones continuar contaminando mientras compran "derechos" a comunidades de países periféricos para seguir ocupando espacio en la atmósfera.

Ricardo Vega, investigador en temas sobre el desarrollo, explica que estos mercados transforman la atmósfera en un "depósito aéreo con capacidad limitada", donde el acceso es privatizado mediante compensaciones que benefician económicamente a empresas transnacionales y gobiernos del Norte Global, mientras criminalizan los usos ancestrales de los territorios por parte de comunidades locales.

Otra faceta es la apropiación de tierras para proyectos de "energías renovables" que responden más a intereses financieros que a necesidades reales de sostenibilidad. En América Latina, por ejemplo, algunos gobiernos promueven megaproyectos hidroeléctricos, mineras "verdes" o monocultivos forestales para créditos de carbono, todos ellos respaldados por organismos internacionales y fondos privados que operan bajo la falsa premisa de una economía verde que presumen de inclusiva.

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Transnacionales y gobiernos promueven megaproyectos "verdes" o monocultivos forestales bajo la falsa premisa de una economía que presume de inclusiva (Foto: Gobierno de Perú)

Pero esta visión mercantilista no solo afecta al ambiente; también se traduce en violencia estructural y física. El control de los territorios y las territorialidades tiene en la militarización una herramienta clave para garantizar la continuidad de estos procesos extractivistas.

Los ejércitos de los países desarrollados están cada vez más involucrados en operaciones de seguridad climática, muchas veces bajo el pretexto de proteger infraestructuras estratégicas o combatir el terrorismo, cuando en realidad actúan como fuerzas represivas frente a movimientos sociales que defienden sus territorios.

Esta militarización es doblemente injusta y, por lo tanto, colonial, debido a que:

  1. Los países responsables históricos del cambio climático son los mismos que toman el control de la narrativa sobre cuáles soluciones se deben implementar.
  2. Estas soluciones suelen implicar el uso de la fuerza contra comunidades que resisten la imposición de proyectos que, lejos de mitigar el calentamiento global, lo agravian bajo el paraguas de la sostenibilidad.

Así, hablar de imperialismo ecológico es referirse a lo que no solo mantiene viva la dinámica colonial de explotación de los recursos y la apropiación de espacios vitales del sur global, sino que ahora se adapta a nuevas formas de control territorial, financiero y simbólico, todas ellas encubiertas bajo discursos verdes que legitiman el statu quo.

La incertidumbre climática es económica, social y existencial

La crisis climática está profundamente entrelazada con la desigualdad económica global y con el poco compromiso de la "comunidad internacional" por superar la pobreza y el colapso civilizatorio. A medida que los impactos del cambio climático se vuelven más evidentes —sequías prolongadas, inundaciones catastróficas, aumento del nivel del mar—, las poblaciones más vulnerables son las que pagan el precio más alto, a pesar de ser las menos responsables de las emisiones históricas.

Una investigación publicada por científicos de las universidades de Stanford y Northwestern en mayo de 2024 alerta que el daño económico asociado al cambio climático podría alcanzar billones de dólares anuales si no se toman medidas urgentes. Sin embargo, la respuesta global sigue siendo insuficiente.

Los países industrializados, que tienen mayor capacidad técnica y financiera para enfrentar esta emergencia, continúan postergando acciones concretas y priorizando intereses corporativos sobre la vida humana y no humana.

Otras investigaciones consolidadas destacan que el capitalismo actúa como motor principal del cambio climático, no solo por la lógica de producción ilimitada en un mundo con recursos finitos, sino también por la forma en que internaliza los costos ambientales en los países periféricos.

Esto genera una incertidumbre socioeconómica que afecta tanto a los países del sur como a los del norte, aunque de manera desigual. Mientras las élites pueden adaptarse mediante tecnologías caras, migración selectiva o refugios climáticos privados, millones de personas en el Sur Global enfrentan la pérdida de sus medios de vida, desplazamientos forzados y conflictos por escasez de recursos.

Informes científicos, como los del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), insisten en que el tiempo para actuar es corto. Pero la historia reciente muestra que las cumbres climáticas han fracasado en generar acuerdos vinculantes que atiendan las causas estructurales del problema. El lobby corporativo y los intereses financieros han corrompido la ciencia climática, orientándola hacia soluciones tecnológicas de mercado en lugar de políticas redistributivas radicales.

Otros estudios y proyecciones advierten que el colapso civilizatorio es una posibilidad real si no se cambia el rumbo. Sin embargo, los gobiernos siguen apostando por el dogmatismo neoliberal: mercados de carbono, geoingeniería, biocombustibles y otras tecnologías que no solo son ineficaces, sino que muchas veces resultan contraproducentes. Por ejemplo:

Esta falta de voluntad política tiene consecuencias inciertas. Las metas de financiación climática establecidas en los acuerdos internacionales, como los 300 mil millones de dólares anuales prometidos en la COP 2024 a los países del sur, no se cumplen.

Además, gran parte de esos fondos llegan en forma de préstamos, aumentando la deuda externa de naciones ya empobrecidas. Esta situación refuerza una dinámica de dependencia que impide cualquier intento genuino de soberanía energética o autodeterminación ambiental.

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Definición de desperdicio: dedicar más de 12 millones de hectáreas de tierras agrícolas de primera calidad al cultivo de combustible para automóviles (Foto: Archivo)

La incertidumbre global actual no solo es climática, sino también social, económica y existencial. En ausencia de un liderazgo colectivo capaz de confrontar las raíces del problema —el capitalismo y su lógica depredadora—, la tendencia es hacia un futuro de caos, desigualdad y conflicto.

Falsas soluciones, ecofascismo y militarización

La narrativa dominante sobre la acción climática ha sido secuestrada por una élite empresarial y gubernamental que busca mantener el status quo bajo nuevos nombres. Lo que se presenta como "revolución verde" o "transición ecológica" no es más que una nueva fase del capitalismo que busca rentabilizar la crisis ambiental, comercializar la naturaleza y perpetuar el control imperial sobre los recursos del Sur Global.

El capitalismo climático se alimenta de una serie de pretendidas soluciones, pero además hay un fortalecimiento de un nuevo paradigma de pensamiento ambiental que mezcla ideas liberales con tintes autoritarios: el ecofascismo.

Investigadores como Jason Moore han advertido que algunos sectores del ambientalismo elitista proponen soluciones que incluyen controles demográficos, fronteras cerradas para migrantes climáticos y la idea de que solo unos pocos merecen sobrevivir al colapso. Esta visión no solo es moralmente inaceptable, sino que ignora completamente las causas reales del problema.

Por otra parte, la militarización de la respuesta climática se está consolidando como una estrategia geopolítica de primer orden. Los ejércitos están siendo rediseñados para operar en contextos de emergencia climática, pero también para garantizar la protección de infraestructuras energéticas y recursos naturales claves.

También concurren procesos de reproducción neocolonial. Algunos países del Norte Global invierten miles de millones en defensas climáticas para sus propias poblaciones, mientras que los del sur enfrentarán riesgos de intervenciones armadas, injerencia y control político foráneo bajo el pretexto de estabilidad regional. El África subsahariana es un claro ejemplo de ello.

La ecología política crítica advierte que estas salidas no solo no resuelven el problema, sino que lo agravan. Al convertir la naturaleza en activo financiero y usar el clima como excusa para expandir el aparato militar-industrial, el sistema capitalista asegura su supervivencia a costa de la mayoría de la humanidad.

La transición ecológica corre el riesgo de convertirse en un proceso de mercantilización total de la naturaleza, donde incluso el aire, el agua y los bosques pasan a ser gestionados por fondos de inversión y corporaciones transnacionales. Esta visión instrumental de lo ecológico no solo niega la complejidad de los sistemas vivos, sino que también socava la autonomía de los pueblos y sus conocimientos ancestrales.

Greenwashing para controlar lo que queda de petróleo en el mundo

Bajo el discurso de la "transición energética" y la "neutralidad climática", las grandes potencias y corporaciones petroleras están reinventando su estrategia para mantener el control sobre los recursos energéticos globales. Este fenómeno se conoce como greenwashing, y consiste en presentar acciones superficiales de sostenibilidad para ocultar prácticas extractivistas y depredadoras que continúan beneficiando a las élites del Norte Global.

Empresas como ExxonMobil, Shell o BP han lanzado campañas de imagen que destacan sus inversiones en energías renovables, mientras siguen aumentando su producción de combustibles fósiles. Muchas de estas empresas destinan menos del 5% de su presupuesto total a proyectos verdaderamente limpios, prefiriendo seguir explorando y explotando pozos de petróleo y gas en regiones vulnerables del planeta.

La lógica central del mercantilismo —controlar los recursos, dominar el comercio y acumular riqueza— persiste. Pero el petróleo sigue escribiendo por completo las líneas de la geopolítica. Naciones y corporaciones luchan por su control, impulsando intervenciones militares, avances tecnológicos y sistemas económicos construidos en torno a la dependencia de los combustibles fósiles y su papel en el poder industrial.

El agotamiento de fuentes rentables ha condicionado la geopolítica energética debido a que aumenta la inversión neta por cada barril de petróleo. De allí que regiones como Alaska o el océano Ártico son objetivos estratégicos para que sobreviva el actual modelo civilizatorio energívoro.

Este greenwashing se extiende también a nivel político. Países como Estados Unidos, Alemania o Reino Unido promueven políticas de "crecimiento verde", afirmando que es posible mantener el crecimiento económico sin aumentar las emisiones. Pero otras investigaciones disidentes del nuevo discurso verde dominante demuestran que tal cosa es imposible: el consumo material y energético debe reducirse drásticamente si se busca evitar realmente el punto de no retorno climático.

Además, proyectos de minería "verde" para obtener minerales —como litio, cobalto, tierras raras— que sostengan tecnologías "limpias" se expanden en África, América Latina y Asia, y generan más conflictos por la apropiación de territorios y recursos. Estos minerales, esenciales para baterías de vehículos eléctricos y paneles solares, están siendo extraídos bajo condiciones laborales precarias y con impactos devastadores en comunidades indígenas y ecosistemas frágiles.

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Proyectos de minería "verde" para obtener minerales que sostengan tecnologías "limpias" se expanden en el Sur Global por la apropiación de territorios (Foto: Marina Otero)

Vaclav Smil, académico de la Universidad de Manitoba, en Canadá, señala cuatro materiales que ocupan el primer lugar en la escala de necesidad y son los pilares de la civilización moderna: el cemento, el acero, los plásticos y el amoniaco. Agrega que "la modernidad no puede existir sin estos cuatro ingredientes, todos ellos requieren combustibles fósiles", lo cual pone en evidencia la contradicción entre un discurso verde y una realidad profundamente fósil.

El greenwashing también se manifiesta en la diplomacia climática. Acuerdos como los del Pacto Verde Europeo, aunque presentados como modelos de sostenibilidad, están generando externalidades negativas en otros continentes. La Unión Europea demanda biomasa e importa energía "verde" producida a partir de la deforestación en África occidental y el sureste asiático. Todo esto bajo el pretexto de reducir emisiones en Europa, mientras los países del sur pagan el costo ecológico y humano.

¿Solo el capitalismo (en declive) salva?

La pregunta fundamental que queda es si existe la posibilidad de enfrentar el colapso climático dentro de un sistema que, por su propia lógica, exige crecimiento constante, extracción intensiva y desigualdad estructural. Muchos analistas sostienen que no, y que la única salida viable es una ruptura radical con el capitalismo tal como lo conocemos.

Estamos entrando en una era de múltiples crisis sistémicas —climática, económica, energética— que podrían dar lugar a transformaciones políticas profundas y la inacción de las élites globales está dejando que el sistema simplemente colapse sin dejar espacio para alternativas viables.

Lo que sí parece claro es que las soluciones deben venir desde abajo. Distintos movimientos de base están ofreciendo modelos alternativos de relación con la naturaleza, basados en la reciprocidad, la sostenibilidad y la justicia social. Estos enfoques, aunque marginados en los espacios oficiales de decisión, representan caminos reales y no hegemónicos para reconstruir un mundo poscapitalista y posclimático.

El mito del progreso lineal debe ser abandonado. No se trata de encontrar una manera de hacer funcionar mejor el capitalismo, sino de imaginar un modo de vida diferente, donde la naturaleza no sea una mercancía, sino una compañera de viaje en el camino común de la especie humana.

Las élites, conscientes de la gravedad de la crisis, están buscando formas de mantener su poder a través de tecnologías de control, militarización y "nuevas" formas de gobernanza global orientadas a preservar el imperialismo ecológico. Pero estas salidas no ofrecen soluciones reales, solo prolongan el colapso mientras concentran aún más la riqueza y el poder en manos de unos pocos.

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Las élites, conscientes de la gravedad de la crisis, están buscando formas de mantener el imperialismo ecológico (Foto: Bsky: @climatecasino.net‬)

La mercantilización de la naturaleza y el capitalismo climático son obstáculos mayores para enfrentar la crisis global. Bajo el paraguas de la economía verde y el ambientalismo corporativo, se ocultan nuevas formas de dominación, extracción y violencia que persiguen sostener el control de lo que queda de petróleo. El imperialismo ecológico, lejos de ser un concepto académico, es una realidad que afecta a millones de personas en el Sur Global, mientras las élites del norte buscan escapar de las consecuencias de su propio sistema.

La ruta para desmantelar las estructuras que convierten la naturaleza en propiedad de unos pocos y que utilizan el clima como pretexto para nuevas formas de control ha estado llena de obstáculos y ha costado vidas de gente que lucha por su identidad con la tierra.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<