Aunque el nuevo gobierno de Donald Trump no ha alcanzado todavía los 40 días de labor, debido a la cascada de eventos y decisiones generadas desde la Casa Blanca este periodo ha parecido de meses o años.
Esto no es un halago ni una alusión a su efectividad, en realidad es una referencia a la metodología de gobierno del magnate, la cual ha venido a hipersaturar el espacio de las decisiones, la política y la opinión pública con un bombardeo de medidas multidireccionales.
Imposición, retiro, reimposición y nuevamente la suspensión de aranceles a México y Canadá. Medidas de tarifas a los productos chinos. Amenazas de medidas de guerra comercial también contra Europa.
Poseer "de una manera u otra" Groenlandia, el canal de Panamá, anexar a Canadá o renombrar el "golfo de América".
Ni hablar de Ucrania, ni de la ratificación de la pérdida del país eslavo de su condición de Estado-nación a cargo de Estados Unidos, ahora que se les impuso un acuerdo por minerales y tierras raras para garantizar la inserción de Washington en la carrera por las nuevas tecnologías en los próximos años.
Y hablando de Venezuela, el envío de Richard Grenell en una aparente distensión y desarrollo de su política estratégica para Venezuela en un nuevo plano. Luego el fin de la Licencia 41 favorable a Chevron a pedido de "los cubanos locos" en el parlamento.
Sin lugar a dudas, la política internacional delineada desde Washington se ha desplegado para sentarse al borde de las sillas. Medidas contradictorias, acciones de presión constante, declaraciones que vienen y van, decisiones imprevisibles, análisis y estimaciones sobre los eventos que terminan hechos humo de un momento a otro.
Todo en la rapidez de una marcha de gobierno que puede ser tan acertada como errática, dependiendo del contexto.
Ya vimos los merecidos gritos a Zelenski en la Oficina Oval y hasta supimos de la orden ejecutiva para el regreso de los pitillos de plástico (¿?).
Desde este punto el balance a detalle de lo ocurrido estas semanas es completamente innecesario. Todos nos hemos enterado de alguna forma de lo que ha hecho Trump, la memoria sigue muy fresca pese al rebosamiento de eventos.
De alguna manera, aunque ya conocíamos al presidente billonario, mucho de lo que ocurre ahora parece nuevo. O al menos es conmocionante porque es disruptivo.
Conocimos el estilo de política del mandatario durante su primer gobierno. Pero ahora se desarrolla en una presentación más desbocada y poderosa por la gran incidencia del sector "MAGA" (Make America Great Again) en el gobierno en esta nueva etapa.
Hablamos de un Trump "con esteroides", más experimentado, más cínico. Luego de cuatro años fuera del gobierno fue vilipendiado, judicializado —y convicto—, hasta víctima de un atentado.
Pero también hablamos de un magnate más envejecido y decadente. Con Elon Musk y J.D Vance como sus brazos derecho e izquierdo, con la plutocracia en pleno ejercicio en lo más alto de las decisiones.
El arte de la presión
¿Cuál es el denominador común en toda esta extensa lista de acciones y situaciones que Trump está perfilando hacia dentro y hacia fuera de Estados Unidos?
En todos los casos y en todos los frentes, el factor "presión" figura como un mecanismo y estilo político del mandatario.
Hace años, concretamente en 1987, hizo una "confesión de parte" en su estilo para hacer negocios inmobiliarios en un libro coescrito junto a Tony Schwartz llamado "The Art of Deal".
No es casual que esta obra sea una alusión al libro "El arte de la guerra" de Sun tzu dado que para Trump los negocios son también una forma de guerra. Así que ese constructo de principios podrían ser los que hoy rigen sus métodos para la ejecución de la política.
El magnate indica en su libro algunos enfoques y tácticas claves: la ambición o siempre ir por más, conocer el contexto, maximizar sus opciones en el tablero, dejar la marca personal, usar el instinto, persistir, emplear las crisis a beneficio de los objetivos y negociar con fuerza y astucia, de manera inmoral, si es necesario.
En 1987 el magnate explicó cómo compró el Hotel Commodore y relató cómo indujo la desesperación de su dueño mediante la presión y el chantaje, incluso ejerciendo prácticas desleales y probablemente ilegales.
Presionar, ¿para qué?
En referencia a la cuestión internacional, la naturaleza y fines de las decisiones de Trump son tan diversas como las acciones multidireccionales que está ejecutando en diversos frentes.
Es evidente que no presiona a China, a Canadá y a México —principales socios comerciales de Estados Unidos— por el fentanilo o los inmigrantes. En realidad está enfilando una nueva política comercial favorable a su país creando desventajas a sus socios para maximizar las posibilidades de desarrollo interno, con vistas a propiciar un nuevo metabolismo industrial.
Tratándose de México y de Canadá, desea continuar la senda iniciada al poner fin al TLCAN y al firmar el T-MEC en 2020 para crear ventajas comparativas favorables a Estados Unidos. En el caso de China, aspira detener el ascenso del país asiático como potencia industrial global.
Esto deriva en cambiar los mapas. Anexar Canadá, acceder al ártico —a sus recursos y nuevas vías de navegación— vía Groenlandia y a futuro extraer el crudo en aguas internacionales en el golfo de "América". Dominar el canal de Panamá y sus grandes puertos, expulsando a China, implica controlar una yugular logística y de transporte crucial en los próximos escenarios de la guerra comercial —y posiblemente militar— contra el gigante asiático.
En el caso de Ucrania y Europa Trump también está rediseñando las relaciones políticas, lo que trae implicaciones en la reingeniería de la cohesión estratégica en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Los términos están cambiando al punto de inducir una carrera armamentística que en el corto plazo beneficiará a las empresas de armas europeas, pero que al mediano plazo también beneficiará a los fabricantes estadounidenses.
La guerra en Ucrania y la ayuda occidental despojó a Europa de armamento soviético que ha sido reemplazado en gran medida por armamento norteamericano. Así que los contratos entre un lado del Atlántico y el otro perdurarán más allá de Trump.
El magnate necesita la disolución definitiva de Ucrania como Estado para perpetuar su condición de proxy dependiente de Occidente, especialmente si Musk y "las 7 grandes" poseen las tierras y minerales ucranianos necesarios para la carrera tecnológica. En este punto Occidente, que ha perdido contra Rusia, necesita el fin de los disparos para dar inicio a los contratos en el terreno.
El factor de la presión múltiple se basa en forzar negociaciones, decisiones y acciones de los involucrados.
Trump perturba, agobia, acosa y chantajea en aras de obtener algo a cambio. Genera crisis para aprovecharlas, incide en el tablero para maximizar sus opciones y desea, por sobre todas las cosas, imponer una marca personal, tan alta y en letras grandes, como cualquiera de sus torres.
Este imperialismo, insisto, con esteroides, pretende transformar la correlación actual y la composición de la economía, el flujo de capital global y la condición de los territorios con recursos para hacerlos favorables a Estados Unidos. Trump desea fervorosamente detener el declive y el fin del siglo norteamericano.
Pero la presión constante no necesariamente se traducirá en Make América Great Again pues se reproduce la contradicción y la crisis de élites a escala internacional, que colisiona con la globalización como realidad objetiva, al tiempo que se incrementa la belicosidad y, en algunos casos, la ruptura entre el país norteamericano y sus aliados tradicionales y estratégicos.
Estados Unidos toma forma de autarquía proteccionista, regida por una oligarquía conservadora cuasiclerical en lo más alto de la política.
En consecuencia, la confianza internacional seguirá rompiéndose porque entablar relaciones con ese país implica riesgos, ocurre a expensas de los cambios y virajes de su pendulante política, la cual reproduce sus contradicciones y las exterioriza globalmente hasta generar repercusiones graves.
Desde este ángulo la política de Trump adquiere una dimensión errática, temperamental, imprevisible y, en consecuencia, peligrosa.
No sabemos en qué medida Estados Unidos podrá metabolizar las ganancias que el mandatario pueda obtener de su política internacional. Pero es casi seguro que las inercias actuales del poder, las economías emergentes y los nuevos centros de gravedad entrarán en colisión de maneras más peligrosas con Estados Unidos.
Son tiempos difíciles de comprender. Pero hay que admitir, por sobre muchas cosas, que probablemente Estados Unidos no consiga algunos de sus grandes objetivos y que, a la larga, Trump esté haciendo una contribución enorme al declive norteamericano al reproducir contradicciones estratégicas, metodológicas y hasta filosóficas en el eje anglooccidental.
Desde la perspectiva de gran parte de la humanidad que desea el fin de la hegemonía estadounidense, seguramente Trump no es lo que queremos, pero tal vez es lo que necesitamos.