Mar. 16 Septiembre 2025 Actualizado 4:08 pm

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Parte del equipo de la 22da Unidad Expedicionaria de la Marina de los Estados Unidos (Foto: Armada de Estados Unidos)

La escalada militar contra Venezuela depende del humor político de Trump

El despliegue de buques de guerra estadounidenses en aguas del Caribe, aviones F-35 en Puerto Rico y la reactivación de la base Roosevelt Roads, con la 22.ª Unidad Expedicionaria de Marines, es la materialización de una estrategia de presión sobre Venezuela. La concentración de fuerzas del Pentágono en la región caribeña confirma que los canales diplomáticos bilaterales se encuentran "deshechos", de acuerdo con el presidente Nicolás Maduro, en gran medida por la ambición de Marco Rubio y el afán de destruir cualquier alternativa política viable.

Se trata de una escalada que no se produce en el vacío, y que responde a un patrón histórico de intervención estadounidense; Caracas ha respondido con una combinación de movilización militar y disuasión popular, que remite en el imaginario histórico a un "Vietnam reloaded" para Washington.

¿Es el preludio de una guerra total? No, si tomamos en cuenta el despliegue operacional del Pentágono; en una publicación reciente de Newsweek, se cita a Christopher Sabatini, investigador principal para América Latina del centro de estudios británico Chatham House, quien declaró que "nadie en su sano juicio piensa que con 4.500 personas se puede invadir un país con montañas, selva y múltiples centros urbanos".

Sin embargo, el escenario sí insinúa una peligrosa coreografía de amenazas calculadas de la administración de Donald Trump, esto sin cruzar el umbral de la confrontación abierta. Por ahora.

La militarización como sustituto de una diplomacia disimulada

Estados Unidos ha optado por la proyección de poder porque ha cerrado deliberadamente las vías políticas. La ruptura total de comunicación, incluso con canales limitados como el que mantenía Marco Rubio a través del encargado diplomático en Colombia, John McNamara, refleja una administración que prefiere el unilateralismo agresivo al diálogo.

En rueda de prensa el 15 de septiembre, el presidente Nicolás Maduro declaró que, respecto a las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela, "las comunicaciones no están en cero, pero están deshechas. Se mantiene un hilo básico con el señor McNamara (…) Tenemos las comunicaciones mínimas para nosotros traer a nuestros migrantes".

Este vacío diplomático no es casual y responde a una fisura interna. Mientras figuras como Rubio y parte de una oposición venezolana desgastada y fracasada presionan por una intervención directa, otros elementos en el círculo de Trump se muestran reacios, conscientes de que María Corina Machado, Edmundo González Urrutia o la estratagema alrededor de Juan Guaidó en el pasado no representan una alternativa creíble; una aventura militar podría convertirse en un fiasco político interno.

En este contexto, la movilización militar no buscaría preparar una invasión, sino crear condiciones de presión: una "amenaza creíble" que obligue al Gobierno Bolivariano a capitular en medio de un asedio continuado durante una década que ha contado con todos los cartuchos criminales y asimétricamente posibles para intentar un quiebre dentro del Estado y entre la sociedad venezolana.

Aquí capitular, en el presente escenario, consiste básicamente en un cambio de régimen.

Venezuela y la resistencia asimétrica

Frente a esta presión, Venezuela ha desplegado una respuesta multifacética. Militarmente, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) ha reforzado sus defensas aéreas y costeras con 25 mil soldados desde la semana pasada, anticipando posibles ataques aéreos.

Pero más allá de lo táctico, ha lanzado el Plan "Independencia 200", que combina el despliegue de la FANB en 284 puntos estratégicos con la movilización de la Milicia Nacional Bolivariana.

Este último elemento es clave: en lenguaje militar, se trata de disuasión por costo. El despliegue miliciano en una estructura de resistencia eleva el precio de cualquier intervención, recordando a Estados Unidos el trauma de Vietnam: una guerra de desgaste y prolongada; impopular y políticamente insostenible para Washington.

En un contexto global donde Estados Unidos se encuentra involucrado de lleno en varios frentes de guerra, con Ucrania e Israel siendo los actores más relevantes, Trump podría pensarlo dos veces y evitar aventuras sin retorno. El apresto operacional venezolano indica que puede hacer peligrosamente costosa una intervención militar estadounidense. Y en eso, la estrategia bolivariana es racional, coherente y potencialmente efectiva.

Pero este análisis se deriva del supuesto de que haya cabezas frías en Washington y el Pentágono, de que la opinión de Rubio no escale en acciones más contundentes, de que la desmesura se opaque ante las decisiones de la Casa Blanca.

Las limitaciones invisibles: energía y legitimidad

A pesar del escenario belicoso, hay realidades que se sugieren por determinantes. Por ejemplo, la reanudación de las importaciones de crudo venezolano por parte de Chevron evidencia una contradicción estructural: mientras se preparan ataques militares, se mantiene una dependencia energética tácita.

Un ataque a la infraestructura petrolera, por tanto, está descartado: sería un búmeran contra la propia sinergia energética estadounidense, que ha demostrado el deseo de seguir interesada en el petróleo venezolano, en cualquier escenario.

Además, Estados Unidos carece de un pretexto internacionalmente aceptable. El asesinato de 14 civiles en aguas caribeñas, anunciado por el mismo Trump como logros contra el narcoterrorismo, no logró movilizar ni siquiera consenso interno.

Sin una narrativa convincente o una provocación clara (esto es: una bandera falsa exitosa), cualquier acción militar sería percibida como agresión unilateral, erosionando aún más la ya maltrecha legitimidad global de Washington.

El factor Trump: la incertidumbre como variable estratégica

Toda la escalada depende, en última instancia, de una sola persona: Donald Trump. Su pragmatismo oscila entre el instinto de línea dura y el temor al costo político.

No querría ser recordado como el presidente que metió a Estados Unidos en otro pantano, esta vez latinoamericano, pero tampoco quiere parecer débil frente a sus donantes y rivales internos, especialmente a las puertas de un año electoral.

Lo que podría traducirse en impulsar un escenario peligroso, el "paradigma iraní": un ataque limitado: bombardeos selectivos contra bases militares o líderes del directorio, diseñados no para derrocar al presidente Maduro, sino para humillarlo y forzarlo a negociar desde la debilidad.

Pero aquí reside el mayor riesgo: un ataque "demostrativo" puede descontrolarse. Una respuesta inesperada de Venezuela, un error de cálculo, una escalada no prevista por parte de aliados regionales o extra-regionales (Rusia, Irán, Cuba) podría transformar una "operación quirúrgica" en un conflicto regional.

Y en ese escenario, Trump perdería el control total.

Una paz inestable

Estamos en presencia de una paz armada, donde Venezuela se prepara para lo peor mientras Estados Unidos, por los momentos, evita cruzar la línea roja. Sin duda es una estrategia de equilibrio inestable, donde la disuasión se mantiene gracias al miedo al costo.

En este juego de ajedrez geopolítico, las fichas militares se mueven con precisión, pero el tablero está lleno de variables humanas, políticas y emocionales impredecibles por parte de la administración Trump.

La militarización del Caribe seguirá creciendo en términos de agresión, con la tensión informativa y las operaciones psicológicas a la orden del día. Entonces, la amenaza de la guerra se convierte en la única moneda de negociación, si es que el ala Rubio realmente busca alguna.

En ese juego, solo se beneficia quien obtiene réditos del caos. Y ya sabemos quién, en esos casos, suele llevarse las fichas: Estados Unidos.

Es un síntoma de un orden internacional fracturado, donde la fuerza sustituye a la diplomacia, y donde la seguridad global pende de las contradicciones internas de una entidad imperial en franca decadencia.

Sin un canal de diálogo efectivo, deshecho por el Departamento de Estado, el Caribe seguirá siendo una bomba de tiempo. Y el resto del mundo, expectante, conteniendo la respiración.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<